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El cuidado es una actividad humana y, en el mejor de los casos, un medio para cuidar de los demás y del planeta. Sin embargo, las prácticas tradicionales de cuidado se centran en la asistencia sanitaria, social o asistencial, y consideran a las personas como receptores pasivos, usuarios o beneficiarios de servicios y pacientes. Los sistemas actuales tampoco reconocen las contribuciones -ni los derechos humanos y laborales- de quienes prestan los cuidados ni promueven su bienestar y protección. Estas prácticas reproducen, en lugar de reparar, los patrones existentes de desigualdad y exclusión, limitando aún más la capacidad de las personas para cuidar de sí mismas, de los demás y del planeta. Considera el cuidado como algo holístico y basado en los derechos, que contribuye al empoderamiento humano, aborda las necesidades de todos y se apoya en sistemas e infraestructuras públicas que cuentan con una financiación adecuada y una regulación responsable. Adoptar eficazmente este enfoque implica considerar a todas las personas como titulares de derechos y responsables activos de la toma de decisiones, a quienes se debe permitir tomar sus propias decisiones en cuanto a recibir asistencia y apoyo o cuidar de otros, independientemente de su edad, sexo o identidad de género, raza, grupo étnico o religioso, situación migratoria o económica, discapacidad o estado de salud.